Demasiados vídeos en las fiestas electrónicas (bueno, y en todas partes)

Instagram es una red que nunca me ha gustado especialmente porque no soy de los que prioriza la imagen como contenido en sí. Me gustan las imágenes, pero no per sé, sino como acompañamiento de algo más. Pero entro de vez en cuando en mi cuenta y subo algunas cosas y sigo algunos feeds y en esas que veo a un dj que admiro (un poco menos, la verdad, y admiraba mucho por su porte underground berliner) pinchando en un barco con todo el crowd de cara (el clásico vídeo, vamos, en el que el dj está de espaldas en la cabina y tiene al público entregado y parece el rey del mambo). Y recuerdo que, en una entrevista, me dijo que “él no estaba muy metido en política”. Y yo me pregunto por las pobres víctimas que salen en ese vídeo dando su cara para que cualquier software de reconocimiento facial las detecte y queden fichadas como, no sé, potencialmente fiesteras y hedonistas. Es el drama del compartir vídeos donde sale peña, cosa que apenas hago ya, por respeto y cansancio, porque estar ahí es una cosa y sacar un vídeo es otra, y que ese vídeo circule en la red, eso, en 2019, ya es harina de otro servidor y otra liga de implicaciones existenciales en la red. Pero que lo hagan en ciertos entornos, mira, se podría esperar, pero el mundo de la electrónica es uno de los más sometidos a la imagen y el vídeo, precisamente por lo cautivador y excitante que parece (beautiful people having a great time), y es una pena porque una cosa es documentar y la otra exponer casi gratuitamente o sistemáticamente cada-cada-cada-cada fiesta en la que se va. ¿Ni en una sola fiesta lograríamos tener los teléfonos en el bolsillo? No es cosa de Berghain, es cosa de sentido común, pero suena demasiado idealista como para tomárselo en serio.

Así que, a taparse la cara toca cuando te metan el teléfono en la cara (creedme, lo hago siempre que puedo, y es todo un trabajo freak). Y no es porque alguien me vaya a reconocer, es por principios, y dignidad.

MediaVanity Dust