Hacking Tales & Fast Pass en una noche techno con taxi de venganza

—Te lo digo, soy muy difícil de hackear emocionalmente, pero cuando alguien lo logra, mi venganza es peor. Puedo ser muy mala… —asiento y la miro y no dudo de sus palabras, en los países del Este este tipo de asuntos relacionados con el orgullo y el selfesteem sobrepasan incluso las rabietas mediterráneas. Se nota que ese tío la ha jodido de algún modo algo retorcido y pienso que, por la media sonrisa que tiene mientras me habla, esta noche ha decidido que es el momento perfecto para devolvérsela. Porque, no nos engañemos, no hay nada más triste que un tío saliendo de un club en el que la música se la suda relativamente y que piensa que puede pillar cacho tirando de agenda.

Si hablamos de tristeza, no os lo negaré, tampoco es que mi euforia sea excesiva. Para entrar por lista en el club hemos tenido problemas, hasta el punto de que no había manera, porque mi colega el dj la ha liado no sé cómo y no tocaba otra que pagar el pastizal. Dicho esto, pasando completamente de mi economía de subsistencia y del dudoso porvenir, no solo he pagado mi entrada sino que la he invitado by the face y, para más inri, hemos creído oportuno pagar un extra para entrar en modo Fast Pass y ahorrarnos la cola. Algo tan ridículo que ni los porteros sabían bien cómo funcionaba, y por un momento me he sentido como el típico VIP de mierda que solo tiene beneficios porque tiene pasta. En serio, no os lo recomiendo. Supongo que debe ser algo parecido a irse de putas y ver que de golpe tienes un sentido del humor mucho más engrasado de lo que tus colegas suelen reconocer. No es que el dinero mueva el mundo, sino que el dinero complace a los gilipollas.

—El Fast Pass es como Port Aventura —nos dice el mismo tío que nos cobra las entradas, y no veo mejor comparación que un club barcelonés con un circo de atracciones.

Vive el techno, ella, sí, pero hasta cierto punto. Noto, presiento, que no acaba de soltarse y es por varios factores, uno de ellos es que, efectivamente, es inteligente y desconfía lo justo del entorno y a saber qué es lo que le puede ocurrir —empezando por mí, que la conozco pero no tanto, y trato de mostrarme todo lo moderado y serio que puedo, hasta he dejado las sustancias en casa en modo de respeto porque ella ha afirmado que no solía tomar.

Mi amigo el dj termina el set de calentamiento y entra el dj pro para pinchar unas cuantas horas, mi amigo el que no nos ha puesto en lista y se ha liado con ello. Pero no se lo tengo en cuenta, claro que no, porque esto le puede pasar a cualquiera. Luego me da copas y yo bailo con cierto ímpetu al lado de ella que, apunte importante, es más alta que yo.

Lo hemos hablado en el bar en el que nos hemos encontrado, tras haber llegado yo con retraso, nuestra generación está pasando por un momento especialmente jodido, como perdiendo el rumbo de manera extreme. Y es que si, efectivamente, tienes una carrera universitaria y no te has casado ni piensas tener hijos y tienes entre 25 y 35 años o más y no has podido dedicarte a lo que has estudiado, el abismo se abre de una manera descomunal. No es por parecer victimista, ni mucho menos, porque servidor todavía se apaña como buenamente puede, pero a nuestro alrededor, abundan los casos de qué estoy haciendo con mi vida, oh fuck, maldita sea, oh jesus, voy a salir de fiesta once again.

Por un instante, que se va repitiendo esporádicamente a lo largo de la noche, me digo que esta podría ser nuestra noche, pero estoy demasiado acostumbrado a no perpetrar asaltos afectivos si no estoy deliberadamente autorizado para ello. Es demasiado frustrante exponerse como tío y hacerlo mal, es mejor quedar en la retaguardia e intacto —aunque la sensación de soledad e impotencia sean considerables—, como si apenas hubiese habido algo por lo que interesarse o una voluntad explícita de seducir. El hackeo no deja de ser creerse dios por un rato hasta que te cambian la contraseña, y entonces es too late y te sientes totalmente fuera de juego, y el que pasa a ser dependiente eres tú: el hacker atrapado en una máquina tragaperras. Esa podría ser la visión de ella, que al final de la noche urde una estrategia, estando ya en mi casa, para devolvérsela por todo lo alto. Algo así como hacerle venir a él a dónde ella está y luego ir en taxi hasta casa de ella y ella le mete la chapa infinita y le deja en ascuas en el taxi. Algo me dice que estas situaciones acaban más bien con un polvo sucio y lleno de rencor, pero quizás sí que ella tiene una voluntad firme y curtida con el revenge mode de la Europa del Este y es capaz de machacar a quien hace apenas unas semanas o meses deseaba muy fuertemente.

Toda esta situación emocional que ella me plantea me sitúa en un plano de mero espectador, de testigo irrelevante que solo puede decir sí, ajá, ya, comprendo. Por un lado, me muestra su vulnerabilidad pero, al mismo tiempo, deja claro que sabe cómo responder proporcionalmente al daño que le han hecho y piensa usar todas sus armas hasta que noquee al actual rival.

Si os digo la verdad, ella me dice que le parezco un tipo tremendamente inteligente, y esto es una de las cosas que suelen decirte cuando a) lo eres b) quieren echar pelotas fuera. Os juro que hace años que no me sentía tan solo, tan mojigato, tan falto de mi propio carisma. Y estas movidas interiores son cosas que no se resuelven con un Fast Pass, ni tan siquiera con psicólogos convencionales. Las drogas y la escritura pueden compensar un poco, revertir la situación junto a una buena sesión de techno que no supere los 130 bpm. Más arriba se puede llegar, pero no es reconfortante, es otro tipo de feeling y adrenalina y sensación de arraigo. Con más de 130 bpm vas demasiado apurado como para sentir que dominas, en todo caso te desbocas. Y es cierto, las grandes victorias son tan o más difíciles de gestionar que las derrotas, por eso es tan y tan valioso saber habitar este planeta sin excederse con las expectativas.

Por eso compras un Fast Pass cuando menos te lo esperas y eres generoso a sabiendas de que eso no va a cambiar tu suerte. Por eso, cuando estás solo, te pones a escribir y te expones un poco, sin quejarte, sin darle más vueltas. La volverás a ver y eso es agradable, y la dejarás ir tantas veces como haga falta.

Sus poemas, que lleva escritos en una pequeña libreta que guarda en el bolso, están escritos en inlgés. Suenan bien, y te quedas con alguna sentida frase que te retuerce por dentro y dices, joder, aquí hay potencial. Pero ya lo decía Aristóteles, creo, que todos somos en potencia y luego hay que desarrollarse en acto, qué sé yo, hace demasiados años que no estudio este tipo de movidas y quizás lo dijo otro pensador griego. Quizás ella lo sabe, quizás hasta esta leyendo esto a lo largo del día, quizás me lo podrá confirmar o corregir, entre risas, o con un semblante serio, concentrada, y algo molesta por este extraño post autobiográfico ficcionado que se está escribiendo solo a las 10 de la mañana.

Es mi amigo, se ha afanado a concretar cuando se ha encontrado con unos colegas, marcando siempre la distancia debida para que no hubiese confusiones ni roles atribuidos sin autoridad. Afortunados aquellos que saben amoldarse a lo que se les considera que son: el don del conformismo no tiene precio.

No nos engañemos, si fuese tan conformista como me gustaría ahora mismo estaría viendo una serie de reenganche sin preocuparme en escribir esto y desarrollar un poco mis apuntes sobre la noche. Escribir sobre las cosas que ocurren a tu alrededor es remover hechos, situaciones, emociones y posibilidades habidas y frustradas. Es exponerse a ser opiniado y criticado, así como a ser valorado y generar hasta cierta atracción. Pero nada de esto importa realmente, absolutamente nada a día de hoy. Mi mejor hazaña es hacer como si nada, respirar profundamente y dejar que ejecute su venganza en el taxi.

—Tienes unas vistas muy chulas— ha dicho mirando por la ventana del comedor de mi casa.

He agradecido el cumplido y no le he dado más importancia. Es como que te digan: tu pierna ortopédica parece real, no se nota que sea de PVC cuando caminas. Pero no había mala fe en ello. De hecho, si algo no ha habido entre nosotros es mala fe. Y eso, pensando en positivo, solo deja espacio para todo lo demás. Dos personas heridas y vulnerables saben reconocerse, apreciarse, y hasta mantener cierta cordialidad como si se tratase de un respetuoso ritual. Si la fantasía emerge y se adueña de la realidad será por algo y, si todo queda en un texto como este y en una sincera amistad, joder, no nos engañemos, el Fast Pass seguirá habiendo valido la pena.