La historia del podcast fail o el descrédito al periodismo electrónico independiente

No hay que turn nada, un fail es un fail y el pobre Kent no había cometido ningún error, salvo que trabajar por cuenta propia y contactar con un artista directamente sea un fallo.

No hay que turn nada, un fail es un fail y el pobre Kent no había cometido ningún error, salvo que trabajar por cuenta propia y contactar con un artista directamente sea un fallo.

Hurgar en SoundCloud durante horas es un deporte nada desdeñable y Kent disfrutaba haciéndolo, esa manera de extraviarse en el tiempo from beat to beat, pero no perdiéndolo como solía hacer en Instagram, una red que siempre le había generado sentimientos encontrados —por no interesarle especialmente lo que la mayoría de la gente compartía, que o bien le dejaba indiferente o bien le deprimía, incluidos los plastas de los djs y sus putos vídeos de espaldas pinchando ante la muchedumbre, porque ver eso mientras comes o cenas o te acabas de levantar es algo entre surrealista y ridículo. Algún día lo entenderán, pensaba—. En cambio, como decíamos, las horas le cundían en la red musical de podcasts por antonomasia; una hervidumbre de djs y techneros que compartían música sin cesar, como si en esta Tierra no hubiese nada más que hacer que música, que techno, que temazos.

El objetivo de Kent no era solo el de escuchar musicón, de hallar nuevos nombres o de ensalzar a los que ya conocía, la idea también incluia un poco de acción, o interacción, mejor dicho. Porque Kent estaba obsesionado con hallar Grandes Djs Emergentes, pero que muy emergentes, de esos que se acaban de sacar el carnet de conducir pero que apuntan a marcarse unos rallies en los años venideros, si las drogas o la falta de un talento constante y dedicado no importunaban su destino. Ya sea porque a estos artistas no se les da bien Instagram, ya sea porque nadie los ha descubierto todavía, o porque pasan de la prensa, suelen haber sacado en sellos minoritarios de algún discreto lugar del planeta —como Portugal, Chipre o la desaparecida Yugoslavia—, y esos, precisamente esos pequeños genios aún por descubrir eran lo que motivaba a Kent y a su periodismo electrónico.

El trabajo de Kent era discreto, pero recientemente había logrado cierta constancia y se sentía relativamente satisfecho por haber sacado a la luz el trabajo de varios artistas de distinta índole y género, y respiraba tranquilo y especialmente orgulloso por el último podcast que acababa de lanzar, incluyendo una entrevista a un dj danés que nadie conocía, pero que acababa de sacar en un sello muy potente de una célebre artista de su país. De hecho, él mismo se sorprendía de la suerte que había tenido, de cómo los planetas del flow se habían alineado para que él diese con ese artista y, desde que le había contactado, todo había resultado directo y fluido. «Sí, claro que podemos hacer entrevista. Por supuesto, podemos lanzar un podcast». Y estaba claro, porque el chaval apenas empezaba y era guay ese trato directo y honesto. From dj to journalist, sin más pretensiones y demandas, no como las que mantienen la mayoría de medios del sector, absolutamente dependientes de las notas de prensa, las promos con las salas, los promotores y, muy en especial, las agencias de prensa.

Tienes que despublicar el podcast, tío, si no un montón de gente se va a encabronar conmigo y me la van a liar. Lo siento. No sabía que había una agencia de prensa de por medio y me han dicho que supuestamente no puedo hacer nada con nadie hasta nuevo aviso.

Kent releyó el mail tras varios mensajes de Instagram en los que el dj le pedía que, por favor, abriese el correo, que era urgente. Las opciones estaban claras, o dejar el podcast y joder a un chaval ilusionado y feliz que recién empieza a entender cómo funciona la industria de los pesos pesados y sus barrocas y opacas estructuras mediáticas (ese sello tan underground de techno de una de sus artistas favoritas tenía ya un servicio de prensa que estaba tramándole otras exclusivas y movidas a sus espaldas, a fin de manejarlo como títere pero que no se pudiese quejar porque le hacían el trabajo), o bien quitarlo y joderse él y solo él. Estaba acostumbrándose a eso en otros aspectos de su vida, así que, obviamente, optó por esta segunda opción. No es que no quisiese un marrón con la agencia de prensa del sello underground, que se estaba comportando del mismo modo que una mediocre major, es que el chaval le había parecido realmente honesto y desbordado con el correo.

Las conclusiones, sin embargo, estaban claras: los sellos de artistas célebres de la escena techno eran una pieza más de la shit que merodeaba la industria, y había que andarse con ojo a la hora de trabajar con sus artistas. Ni les interesaba ni les apetecía que algo se saliese de sus planes, y le tocaba aguantar a Kent el hecho de haber tenido la desfachatez de contactar al artista directamente, sin que ellos pudiesen maquillar debidamente el contenido, amaestrarle con lo que podía decir o compartir.

Kent ya sabía, como casi todo el mundo de la escena, que la mierda está básicamente en todas partes y en cualquier mundillo, pero este asunto le había cabreado y frustrado especialmente. Su trabajo había sido vilipendiado desde fuera y la persona o las personas que lo habían considerado así no eran el artista con el que él había trabajado y conversado, sino unos mendas en la sombra que se escudaban bajo el nombre del sello y de la artista famosa.

Borrado el podcast y el artículo con la entrevista, Kent decidió no hacer nada al respecto. Y se rio para sus adentros cuando, agradecido, el pobre chaval le dijo que le pondría en lista cuando hiciese una actuación en su ciudad. Igual ese día Kent estaría ocupado, escribiendo acerca de otro artista que todavía no hubiese caído en las redes de la gran bacanal del capital electrónico. Igual estaría escribiendo un relato acerca de la frustrante experiencia. O quizás iría a verle, le intentaría saludar discretamente y le diría, así como a modo de confidencia: good luck. Porque, sin duda, la iba a necesitar, tanto o más que Kent.

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